Casi que caigo en el juego que ya sabia que iba a
perder. Un juego sencillo, donde siempre gana la casa, y a veces comparte con
alguno de los ingenuos participantes. Las reglas son simples: Pones todo,
cierras los ojos, y esperas a que el dueño de la mesa lo tome, lo use, y lo
devuelva... O se lo quede. Y esa es la macabra lógica del juego. Que yo también
habría dado todo por que te quedaras con todo. Pero no me arriesgue.
El riesgo no es perder lo que pusiste en oferta, el
riesgo es querer ofrecerlo de nuevo. Y de nuevo. Y una vez más. Y otra. Hasta
que cada objeto, palabra, segundo gastado, pierda incluso su valor comercial. Y
lamentablemente la satisfacción de haberlo dado todo y haberlo intentado tantas
veces, no será importante en absoluto.
Aun no se que me impide participar. Si es el orgullo,
si es el miedo, si es la visible falta de garantías, o la obvia desventaja en
la que estoy. ¿Y si hubiera jugado, solo una vez? No, uno nunca juega una sola
vez. Eso me pasó en la ultima mesa. La primera y única en la que me prometí
jugar.
Ja! Promesas tan infundadas. En este juego, no, en
esta competencia por ser lo suficientemente valioso para el anfitrión, nada es
seguro. Lo único seguro es que siempre pierdes algo. Es obvio que el que menos
pierde, es el que gana! Pero aun al enterarse de su anhelada victoria, sabe que
hay mucho a lo que debe renunciar. Creí ganar la primera vez. Solo lo creí. Del
creer al hacer hay kilómetros de distancia.
Y no, no es un juego de azar. Los juegos de azar son
para los casinos. Los juegos de azar te generan la tensión de que un mecanismo
y su matemática te encuentre en el momento preciso. Esa adrenalina te estresa,
te absorbe y te suprime, en su macabro ciclo de ganar para perder.
La adrenalina que sientes en esta mesa, es mas
intensa. Juegas con la adrenalina de tu contrincante, con la intención de tu
anfitrión, a saber mostrar asertivamente tus emociones, pensamientos y
decisiones. Engañar? No, aquí no hay caña. Aquí hay que ser quien eres. Porque,
repito, lo pones todo sobre la mesa.
Hoy me retiro del juego. Hoy dejo de verlo como un
juego. No, querido anfitrión, hay cosas que deben tomarse en serio. Aprendí a
disfrutar las cosas con menos sensibilidad y más alegría. Pero esta no es una
de esas cosas. Y miro la espalda de mis contrincantes, ahora simples
desconocidos.
Y miro el
rostro inmutado del dueño de la mesa, como me ve irme con la misma indiferencia
con la que me vio llegar. Es mi responsabilidad, al fin de cuentas. Yo decidí
sentarme a la mesa. Ahora decido irme. Con la tranquilidad que fui sincero al
no colocar nada en juego, porque lo que tengo no se apuesta. Y lo que podría
apostar, no lo tengo.
Y entonces, esa es la conclusión: No debí meterme a
un juego que no estaba preparado para jugar. Algo peor que sentarse en la mesa
incorrecta, es sentarse en el momento incorrecto. Y lo siento. No por cuanto me
duela haber tomado tan apresurada decisión, sino por haberte hecho participe
sin propósito.
Hoy gané. Sin jugar, gané. Y espero que ganes también, como se supone que debe ser, buen anfitrión.